Artículo: Acabemos con la violencia contra las mujeres

Por Ouafa Hajii, Presidenta de la Internacional Socialista de Mujeres (ISM) y George Papandreou, Presidente de la Internacional Socialista (IS)

02 de febrero de 2013

En el Día de San Valentín, innumerables parejas celebrarán sus romances a la luz de las velas. Ese mismo día, mil millones de mujeres y hombres se pondrán de pie para encender una luz que ilumine el lado más oscuro de las relaciones de género.

De acuerdo con las Naciones Unidas, en todo el mundo una de cada tres mujeres será violada o golpeada en algún momento de su vida. En algunos países, hasta siete de cada diez mujeres sufrirán violaciones, golpizas, abusos o mutilaciones. Y a menudo se las tratará como a criminales: se las deshonrará, sufrirán maltratos, el exilio o penas de cárcel, o hasta serán ejecutadas, mientras quienes hayan perpetrado los crímenes seguirán en libertad. Millones de mujeres pasan por esto, pero sus historias quedan silenciadas.

En diciembre pasado, la brutal violación en grupo a una mujer de 23 años en India (dos meses después de que en Pakistán los talibanes dispararan a la cabeza de Malala Yousafzai, de apenas 14 años, por promover el derecho a la educación femenina) generó grandes manifestaciones de protesta pública. Este hito debería marcar el inicio de un movimiento global que levante el velo de silencio que envuelve la violencia contra la mujer (que suele comenzar en el hogar) y protege a sus autores.

Los crímenes contra la mujer abundan en todas las sociedades, desde los asesinatos por honor a los matrimonios infantiles, las violaciones por conocidos y la esclavitud sexual. Sin embargo, cuando las afectadas reúnen el valor suficiente para denunciar la situación, con frecuencia los médicos son de poca ayuda, la policía adopta una actitud hostil y el sistema judicial les da la espalda. Por ejemplo, una de cada tres mujeres que forman parte del ejército estadounidense sufre algún tipo de agresión sexual, por lo general de un colega, pero muy pocos agresores llegan a la cárcel. De manera similar, en el Reino Unido cada año ocurren 473.000 agresiones sexuales, de las cuales entre 60.000 y 95.000 se califican como violación. No obstante, en cada uno de los tres últimos años, apenas algo más de 1.000 agresores fueron a la cárcel por este crimen.

En los años 70, las feministas identificaron el vínculo entre las violaciones, el privilegio masculino y la denigración sexual de la mujer. Hoy, a través de la Internet hombres y jóvenes pueden acceder rápidamente a material pornográfico que les enseña que son aceptables los actos sexuales en los que se degrada y hasta se abusa violentamente de las mujeres.

Mientras tanto, muchas mujeres privilegiadas, imbuidas de la sensación de tener derecho a ciertas prerrogativas, rechazan el feminismo como algo pasado de moda. Pero la discriminación de género sigue existiendo en todos los niveles de la sociedad, en que la mayor parte de las instituciones sociales y políticas fomentan todavía “tejados de vidrio”, cuando no una subordinación directa de la mujer. En muy pocos países las mujeres poseen igualdad salarial y de oportunidades.

El feminismo tiene un papel crucial que jugar en el siglo veintiuno. Después de todo, como ha expresado la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, Michelle Bachelet, “la violencia contra la mujer es… una amenaza a la democracia, una carga sobre las economías nacionales y una violación atroz a los derechos humanos”. Los gobiernos deben seguir impulsando los derechos de la mujer a través de nuevas leyes, y la sociedad civil tiene que promover un cambio cultural que rechace su marginalización o maltrato. Los países solamente pueden alcanzar el progreso económico y social si permiten que las mujeres hagan realidad su potencial.

Y este potencial quedó en evidencia en los levantamientos de la Primavera Árabe, en que mujeres que habían crecido en un entorno que les permitió alfabetizarse y educarse, organizaron y encabezaron protestas que lograron derribar regímenes que llevaban décadas en el poder. En Egipto, las activistas y reporteras siguieron aportando a la revolución, a pesar de las diversas formas de acoso sexual que sufrieron en la Plaza Tahrir.

Sin embargo, la igualdad de género sigue siendo una meta lejana en una región donde se aparta a las mujeres del proceso político y se les permite ejercer apenas una influencia mínima en las entidades de gobierno o la creación de nuevas constituciones. De hecho, cuando la semana pasada miles de manifestantes se volcaron a protestar contra el Presidente Mohamed Morsi y los Hermanos Musulmanes al cumplirse dos años de la revolución, al menos nueve mujeres manifestantes sufrieron agresiones sexuales en la Plaza Tahrir.

En marzo próximo, los gobiernos y dirigentes de organizaciones civiles acudirán en Nueva York a la reunión de la Comisión de la ONU sobre la Condición de la Mujer para acordar un plan que logre eliminar la violencia contra las mujeres. Los gobernantes de todo el mundo deberían aprovechar esta oportunidad para manifestar su intención de adoptar estas políticas y dedicar los recursos necesarios para poner fin a las constantes violaciones a los derechos humanos de las mujeres.

Pero sin la voluntad política para promulgar nuevas leyes y hacerlas cumplir de manera eficaz, no serán más que promesas vacías. Aunque 187 países han firmado desde 1979 la Convención de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de violencia contra la mujer, las estadísticas muestran pocos avances.

Considérese Afganistán, que la ratificó en 2009. Un estudio realizado en 2012 por Action Aid encontró que nunca ha estado más generalizada la violencia contra las mujeres, 87% de las cuales sufren agresiones en el hogar. El mismo año, el gobierno del Presidente Hamid Karzai refrendó el derecho legal de un marido a golpear a su esposa. Si un marido afgano acaba por matar a su cónyuge, lo peor que le puede ocurrir es tener que pagar una multa.

El cambio es posible, pero para eso es necesario que la comunidad internacional emprenda acciones colectivas que aborden las actitudes que llevan a la violencia, la opresión y la desigualdad. Cinco pasos tienen especial importancia:

Ratificar y hacer cumplir todos los tratados regionales e internacionales sobre la materia, e implementar leyes que prohíban la violencia contra la mujer y aseguren el castigo adecuado de quienes las infrinjan.

Mejorar el potenciamiento económico y político de las mujeres, por ejemplo a través de ayuda internacional destinada a su acceso a la sanidad, la educación y los beneficios sociales.

Aumentar la conciencia pública sobre el problema a través de los medios de comunicación tradicionales, las redes sociales y otros canales electrónicos.

Movilizar a hombres y jóvenes contra la violencia, por medio de programas educativos.

Mejorar el apoyo a las supervivientes de la violencia y sus familiares, mediante ayuda legal, asesoramiento psicológico y atención de salud.

Muchos movimientos y organizaciones internacionales, como Women Under Siege, V-Day y Stop Violence Against Women ya trabajan para dar justicia y seguridad a las mujeres, y estas iniciativas deben recibir el apoyo de gobiernos y partidos políticos.

Todos merecemos justicia, igualdad y no ser víctimas de situaciones de violencia. El 14 de febrero, mujeres y hombres del mundo entero apoyarán la iniciativa One Billion Rising, un llamado global a que la gente de todo el planeta manifieste su apoyo a los mil millones de mujeres que han sobrevivido a la violencia y las agresiones. Ya sea que usted elija marcar el paso de una marcha, bailar, sacar la voz o simplemente ponerse de pie, su participación acercará al mundo un poco más al fin de esta letal guerra contra las mujeres.

 

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Este artículo fue publicado en inglés en Project Syndicate, el 01 de febrero de 2013.

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